martes, 28 de enero de 2014

literatura - julio torri

El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores. La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.

celebración de la fantasía - eduardo galeano

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca de Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano. Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón. Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca: -Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo. -Y ¿anda bien? -le pregunté. -Atrasa un poco -reconoció. El libro de los abrazos, (1989).

martes, 14 de enero de 2014

María Mantilla recuerda a JOSÉ MARTÍ

¡Qué grato es vivir con recuerdos tan vivos y llenos de cariño como los que llevo yo en el alma! Viví junto a Martí por muchos años, y me siento orgullosa del cariño tan grande que él tenía por mí. Toda la educación e instrucción que poseo, se la debo a él. Me daba las clases con gran paciencia y cariño, y cada vez que tenía que hacer un viaje, me dejaba preparado el itinerario de estudios que había que hacer en cada día durante su ausencia. En medio de todas las agonías y preocupaciones que llevaba sobre sí, nunca le faltaba tiempo que dedicarme. El francés me lo enseñó de manera sencilla y fácil de comprender; pero su mayor afán eran mis estudios de piano. Su deseo era que yo llegara a ser una buena pianista —que nunca logré serlo; pero sí pude lograr tocar lo suficiente en aquellos años de niñez para proporcionarle a él muchos ratos de placer. Siendo yo aún niña, se empeñaba siempre en llevarme a las reuniones de La Liga, una sociedad de cubanos de color, todos hombres de gran talla, de más de seis pies. La idolatría de estos hombres por Martí era cosa admirable. Lo veneraban. De Martí, el caballero, quedan grabados en mi mente tantos detalles de delicadeza y galantería con las “damas”, como decía él. Para él, la mujer era cosa superior. Siempre tan fino y con alguna frase de elogio en los labios. Cuando se daba alguna reunión en que se citaban las familias cubanas para celebrar algún santo o alguna otra ocasión, había música y un poco de baile, y Martí siempre sacaba a bailar a las señoras y señoritas menos atractivas y luego yo le preguntaba: “Martí, ¿por qué es que usted siempre saca a bailar a las más feas?”. Y él me decía: “Hija mía, a las feas nadie les hace caso, y es deber de uno no dejarles sentir su fealdad”. Como este, muchos otros detalles de su caballerosidad. Cuando, a veces, mi hermano Ernesto nos hablaba con rudeza o alzaba la voz, Martí le decía: “¿A que tú no le hablas así a la niña vecina; y por qué lo haces con tus hermanas que merecen más delicadeza y finura que las extrañas?”. Recuerdo también que cuando yo tenía siete años, un día que yo iba con Martí por el campo —pues estábamos de temporada en Batch Beach— y sentados los dos bajo un árbol, me picó una abeja en la frente y en el instante Martí la trituró con los dedos; de ese episodio resultó el verso sencillo que dice: “Temblé una vez en la reja/ A la entrada de la viña/ Cuando la bárbara abeja/ Picó en la frente a mi niña.” Cuando él escribía algún artículo, carta o lo que fuera, su cerebro trabajaba con tal rapidez que las ideas le venían más ligeras de lo que la pluma le permitía escribir, y al concluir me llamaba y me decía: “Mira, lee esto y dime qué dice aquí”, porque él no entendía lo que había escrito; pero yo sí lo entendía. Siendo su discípula, yo conocía cada rasgo de su letra. Él me decía que yo era su secretaria. A veces me dictaba mientras se paseaba por el cuarto, y yo tenía que escribir muy ligero para no perder una frase. Mi último recuerdo de Martí es del día que se despidió de nosotros, cuando salió para Santo Domingo. El Mundo, jueves 2 de marzo de 1950. Publicado en La Jiribilla, La Habana, Cuba (2010)

Para construir un bello sueño - Joan Manuel Serrat

La poesía es una arma cargada de futuro - Serrat